Cuando la gente te mirá y te ve: Te estás apagando. Y no te importa... Alrededor te perturba y es un momento mayor y penetrante en el que sentís que te desprendes...
Sentir la gente caminando, respirando, charlando... alrededor es uno más y, sin embargo, te derrumbas como cualquiera. Es como si el impulso fuera ganando choque y la electricidad a destiempo fuera despeinando cada minuto: ondeandolo hasta desgastarlo.
Rasguñas hasta el último sentido y te impactas al entender que ésta vez no solo es una tristeza, es el cuerpo que también se debilita, aunque no lo creas, un segundo más y un tambaleo... Y derepente te encontrás en el piso... Ya no vale la pena hacerte cosas, te das cuenta que está mal y lo cortás de una vez... ¿Y ahora? El cuerpo te da una mala jugada por sí solo, ésta vez si que es distinto y te asustás.
La vida no es absoluta y larga como pensabas y, tal vez, esos juegecillos no te llevarían más allá de las cosas, pues el verdadero escape no era ese. Tarde te das cuenta, aunque no hallas hecho nada, repito, ésta vez el cuerpo le dejó ganar a la emoción y quizá más a la decepción, y te jugo una mala pasada.
Ahora te encontrás en un estilo de "stand by" preguntandote qué vas a hacer y qué es lo que te corresponde y como no sabés con qué jugar: decidís distender una maravilla, hacerla pedazitos, dejarlá en el aire o en el piso, como huellas de un cuadro roto: el tuyo.
Nuevamente las manecillas del reloj te obligan a rebajarte a la altura de tu orgullo. Sin pensarlo, preferís cerrar los ojos. Realmente: ¿qué vas a hacer ahora?
ANTONELLA BIANCO.-
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