Tintinea el dulce despertar de un ángel,
que sonriendo baja sus alas y protege a su tesoro.
Bajo su manto de soledad, se cree no merecedor
de todo eso, y la culpabilidad lo apuñala por
el corazón. Pero él no entiende.
Su rígido destino puede desdoblarse
en otros opcionales, como estos amaneceres.
Aún así baja su regazo, no se lo permite, y una voz
regodea sus oídos, e intenta convencerlo bajo
el plumaje de su divinidad.
Si la oscuridad es erguirte sobre este
cuerpo que candente espera tus ojos que le observen,
entonces es salvarlo de un hechizo aún más fuerte
y aún más doloroso que sentir los latidos de un corazón
carmesí ansiando escapar de un cuerpo vacío.
Desintegras cada uno de tus movimientos,
llenas cada espacio roto, y continuando sin
entender, pasas tus dedos como frías piedras,
sobre tus lágrimas que ocultas desaparecen,
para jamas, jamas, volver.
Con media vida sobre mí, tiemblo bajo
tu armadura de sentimientos, encerrando
cada centímetro de piel, acercándola a la mía,
besando tus parpados y tomando tu humanidad
para devolverte alegría.
Sin frenarme, aceptas, cada momento…
sin alejarte. Y aún así, vuelvo a palparte
y la gélida pared roza la tristeza
de no poder alcanzarte.
sábado, 26 de julio de 2008
Ayudas…
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