Ella:
Parece que es rotundo este amanecer, que su adiós es irreversible y que su chaleco solo va a mojarse por las noches.
Parece que ganó la apuesta, que esta vez se va dejando atrás a un prójimo herido, a un alma en soledad, a su sostén durante años.
Se ve que el veneno le ganó al antídoto y que realmente debía perforar el corazón de su legítima atadura al destino.
El viento trayendo sus palabras. La hojarasca deshaciéndose bajo su regazo perdido. Y definitivamente la silla meciéndose tras un prado seco, abandonado por el tiempo.
Un reloj que detiene su estadía y remarca nuevamente, un futuro incierto.
Su injusticia, el costo de una vida, que desolada queda en la inmortalidad del recuerdo.
Él:
El malestar incontenible consume cada hueso, ya viejos, de mi débil cuerpo. Quisiera poder quedarme y cesar de esta monotonía a la que llevaba acostumbrado siglos.
Conquistarla cada mañana, ser el rehén de sus caricias, llorar en sus brazos cuando mi debilidad se hiciera larga y la culpa eterna, reír en sus chistes y caer bajo sus desenlaces de pasión. Como desearía poder mentirle mil años más y conocerla por su larga existencia sin memoria... Sin debilitar su sangre, sin dejarla sola.
Ella:
Definitivamente es así. Está predestinado, ahora nuestras manos no estarán estrechas en un camino firme.
Bajo el remordimiento de la noche, sus pasos yacen ya lejos de mis lágrimas.
Mis manos no le alcanzan... Donde, en esta oscuridad podría habitar un ser tan desalmado... Perdido, sin sentido.
Él:
Lobos aúllan junto a mi lago de sangre. Caigo soñándola, solo a ella... Nadie más. Solo sus ojos, solo sus labios, su cuerpo cobijando el mío, su tranquilidad y esa paz que solo ella solía brindarme.
Quizá recuerde las noches cuando solía hundirme bajo este lago de bestialidad, donde ojos eran solo ojos para mí, y las vidas no tomaban sentido alguno, hasta que su mano y su cercanía a la muerte, me recordó el amor...
Ella:
Como quisiera poder recordarlo dentro mío, y rodeándome con sus ojos, soñándome despierto y llorando por un deseo súbito de algo ignorante a mi conciencia.
Él:
Quizá algún día me perdone, si es que recuerda porque la deje en este limbo.
Ella:
Ya no sé si perdonar, es realmente una opción viable. Me preguntó si...
Él:
Su manera de moverse, y remover las heridas. Sus ojos achinándose de vergüenza absoluta. Sus manos presionando mis brazos, rogando la paz de mi alma... Y su aliento acabándose, son los únicos recuerdos que perforaron mi memoria, hasta marchitar mi amor. Pesadillas que a tal punto se convirtieron en un adiós inmortal, algo que solo yo podía controlar alejándola de mi vida.
Ella:
(se recuesta en la cama, bajo rosas de cristal, caídas recientemente de la ventana)
Él:
(no se libera de ese dolor)
Ella:
(Su espalda se torna a un bordo carmesí, mientras que bajo, yace una carta con la firma de él)
Él:
Sentir no sería más que suficiente. Me acobardé de mí mismo, sin entender que la situación, debía soportarla sin herirla más a ella. Yo había cometido el daño, y seguía embarrando el suelo.
(Vuelve.)
Ella:
(choca sus manos con los relieves de su espalda, sintiendo lo tibia que podía ser la paz...)
Él:
(Llega, tomándola entre sus brazos, despedazándose en su interior, viendo como su àngel de paz, agonizaba por segunda vez... pero sin retorno)
Cabe la ultima conversación:
-Esforzaste tu vida, en un vano intento de cometer los mismos errores de nuevo. - le reprocha furiosa ella.
-Recordaste...
-El rencor no sirve, para recordarte.
-Mil doscientos siglos y más...
-Es una maldición inmortal.
-Entonces soy masoquista... Porque tu fuiste mi única luna, fascinación, única en mi vida. Única.
-Única que faltaba por abandonar.
-A la única a la que jamas podría someter a un destino cruel dos veces.
-Te... Amo... - suspiro.
Ella:
Exhalo su último respiro, y una lluvia no ceso tras su adiós.
Él:
Congelo su destino, en una monotonía vacía.
viernes, 25 de julio de 2008
La inmortalidad de un adiós.
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