martes, 2 de septiembre de 2008

Atada...


Atada va en la cornisa,
que espera bajo sus pies.
Zapatos color crema,
y un detalle sobre su mano.
Carga estirando un brazo
más que el otro, pensando
si realmente debería ser así.
No llora aunque sus ojos
demuestren lo contrario,
y sus labios...
Vuelve a mirar su mano,
sin bajarla, sin dejarla,
sin arrastrarla,
pero está en desnivel.
Observa el detalle y grita,
aunque su expresión
trate de desmentirlo.
A la deriva, sin dar un paso,
espera... ¿Qué?
Sin tiempo, sin reloj,
sin importancia,
vuelve a divagar en su conciencia,
es que dos personas salen de ella
y se pasean...
Atada a la deriva,
pierde nuestro control,
es que sabe que ya no es
tiempo para la soledad.
Intenta saludarme, con su mano,
pero yo ya la tenía desde abajo.
Atada estaba ella,
que sin mirarme, sin hablarme,
sin saberlo, me contestaba.
Mis protestas no servían...
Su atadura eran mil infiernos,
y quemaban sobre mí como millones de soles.
Vuelve a mirar su mano
y denota nuevamente, el detalle
plateado, o quizá rojo... No sé
Tajante, fina y culta,
pero sin embargo su desinterés
era más grande que su obligación.
Sus ojos decaen en el forzoso intento
de abrirse de espanto al sentir,
y su cuerpo...
Adelanta un paso,
pero su mano pesa,
y la arrastra...
Es que no es tiempo de soledad.
Cae sin pensar,
y mi cuerpo, echándolo al vacío.
Atada va...
y vuelve a mirar su mano,
es que no es tiempo de soledad.

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